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Periodismo internacional

Por qué es una vergüenza el naufragio de Lampedusa

Hasta los vigilantes fronterizos de Lampedusa, acostumbrados a los naufragios, lloraban a lágrima viva al llegar a puerto. La diferencia, esta vez, era el número de víctimas. Tres centenares de personas habían muerto al naufragar una barcaza. Entre las víctimas había mujeres embarazadas y muchos niños. Algunos, con zapatos nuevos, un doloroso símbolo de esperanza en una vida mejor. Demasiado triste incluso para los equipos de salvamento.

Ataúdes con víctimas del naufragio de Lampedusa.       Foto Corby (La Repubblica)

Ataúdes con víctimas del naufragio de Lampedusa.                                                          Foto: Corby (La Repubblica)

El naufragio de Lampedusa ha tenido impacto mundial por el número de víctimas y, también, porque el Papa Francisco ha encontrado la palabra adecuada para condenarlo. Porque no es una catástrofe natural, como los huracanes o los terremotos, imposibles de prever. Tampoco es sólo una tragedia. La muerte de 300 personas ahogadas intentando llegar a Europa, como dijo el pontífice, es una vergüenza. Estas son, creo, algunas razones:

Cuántos vienen

No es cierto, como se ha publicado, que se esté produciendo una avalancha de inmigrantes y refugiados que amenace la seguridad y la estabilidad de la Unión Europea. De hecho, en 2012 se redujeron el 49%, según el informe Annual Risk Analysis 2013 de Frontex.  El año pasado entraron ilegalmente en Europa 73.000 personas. Por primera vez, desde que hay estadísticas fiables, son menos de 100.000. Y la caída es especialmente significativa en el Mediterráneo central. El flujo migratorio que finaliza en Italia, procedente del norte de África, ha disminuido el 82%.

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Llegan menos personas, sobre todo, por el incremento de las medidas de seguridad en la frontera sur de Europa. Pero, también, por la colaboración de los gobiernos del Magreb. Como resultado, hay miles de personas sobreviviendo al acoso de las fuerzas de seguridad de países como Argelia o Marruecos, y sólo se atreven a saltar el muro –cada vez más alto- los más desesperados.

De dónde vienen

La mayoría de los que entran en Europa de forma irregular proceden de Afganistán (18%), aunque en 2012 se disparó el 389% la llegada de sirios y aumentó también de forma considerable la llegada de libios, somalíes y eritreos. Por tanto, no sólo vienen buscando una vida mejor: huyen de una guerra civil sangrienta (Siria), de un estado casi fallido (Libia), de una dictadura hermética y asfixiante (Eritrea) o del desastre total (Somalia). La mayoría no buscan instalarse entre nosotros para fundar una familia y progresar. Buscan la supervivencia.

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Qué falla en la Unión Europea

La muerte de estos inocentes en el Mediterráneo es una vergüenza para la Unión Europea porque demuestra su fracaso en el cometido más importante de cualquier gobierno nacional o supranacional: garantizar el derecho a la vida de las personas.  Es cierto que las misiones operativas como Frontex han rescatado a 16.000 náufragos en el Mediterráneo durante los dos últimos años pero son decenas de miles -nadie sabe cuántos con exactitud- los que han muerto. Y la Unión es capaz de consensuar hasta el tamaño mínimo de los calabacines para la exportación, pero no algo tan fundamental como las políticas migratorias, de las que dependen vidas humanas.

La responsabilidad de los gobiernos

Gracias a esta falta de acuerdo en la UE –responsabilidad de los países miembros- es posible que una ley obligue en Italia a dejar morir a personas en el mar de Lampedusa,  que el gobierno socialdemócrata de Francia expulse en autobuses a ciudadanos europeos de etnia gitana o que en España un ciudadano polaco de 23 años y 30 kilos de peso muera de desnutrición en un albergue después de recibir el alta médica en el hospital Virgen del Rocío. Hay muchos más ejemplos.

El papel de los medios de comunicación

En el fondo, todo ello es posible porque también a los ciudadanos que elegimos a nuestros gobiernos nos cuesta situarnos en el lugar del Otro, especialmente si tiene un color de piel o una religión diferentes. Dirán que ahora me deslizo por la demagogia, pero ¿qué hubiera pasado si en vez de una barcaza con 500 inmigrantes y refugiados se hubiera hundido un crucero de lujo con 500 turistas occidentales? Habría enviados especiales de los medios de comunicación en Lampedusa durante semanas.

También los medios de comunicación tienen su parte de culpa. Decía Aldous Huxley que “sesenta y cuatro mil repeticiones hacen la verdad”. Y a fuerza de repetir que todas las personas que llegan en barcazas desde el norte de África son “inmigrantes” acabamos olvidando que muchos de ellos son en verdad refugiados o solicitan asilo y tienen derecho a una protección jurídica mayor porque está en riesgo su vida.

«Nosotros» frente a «ellos»

Seguimos publicando que los extranjeros llegan en “avalanchas”, “oleadas” o “asaltos masivos”, aunque no sean más de 40 ó 50 personas las que se han dejado la piel en las alambradas de Ceuta o Melilla. En cambio, no utilizamos los mismos términos para referirnos a los 700.000 españoles han tenido que salir del país por culpa de la crisis, ciudadanos que han optado por la “movilidad exterior”. Esta contraposición entre la imagen mediática de “nosotros” y de “ellos” también está en el origen de la falta de empatía ante las tragedias recuerrentes en el Mediterráneo.

Todos los países tienen derecho a proteger su seguridad pero llama la atención que en este mundo ahora ya casi totalmente globalizado sea imposible consensuar unas normas más eficaces para impedir tantas muertes. Como, por ejemplo, la concesión de visados por razones humanitarias. Todos somos responsables en mayor o menos medida en los diferentes estratos de la vida pública. Aunque sea por omisión. Por eso decía el Papa que el naufragio de Lampedusa es una vergüenza. Una vergüenza que simbolizan los zapatos nuevos de esos niños ahogados en Lampedusa.