-Estas son las balas que mataron a vuestro amigo Julio Fuentes.
En realidad no eran balas, sino casquillos percutidos, todavía manchados de sangre. Ahmed los sujetaba en una mano, con la palma entreabierta. Al principio pensé que nos estaba deslizando una amenaza del tipo esto-es-lo-que-os-pasará-si-no-os-largáis-de-aquí. Hacía tan sólo unos días que los talibanes habían huido de Jalalabad y cuatro comandantes de la Alianza del Norte se disputaban el control de la ciudad. Era posible que alguno de ellos hubiera decidido echar a los periodistas. No era así. Ahmed pertenecía al poderoso clan del exgobernador Abdul Haq y sólo trataba de explicarme que se sentía avergonzado porque cuatro periodistas hubieran muerto, precisamente, en una zona controlada por su gente.
-¿Dónde las has encontrado?
-Donde recogimos los cadáveres. Ayer volvimos para comprobar si ese tramo de carretera ya estaba despejado.
-¿Y qué vais a hacer con ellas?
Ahmed encogió los hombros. Continuar leyendo →