Hotel Palestina

Periodismo internacional

Europa, frente al espejo

En la oscuridad de la noche no puedes verles, pero se escuchan sus pasos, y tres mil personas caminando por la montaña hacen bastante ruido. De lejos suena como un murmullo. Y solo cuando se acercan puedes distinguir los sonidos. Pasos decididos de personas jóvenes. Pasitos cortos y rápidos de niños que intentan seguir a sus padres. Pasos lentos de ancianos o enfermos que arrastran los pies.

Muchos van cogidos de la mano para no perderse. Salieron juntos y así quieren llegar. Adonde quiera que sea. Tropiezan, caen y se levantan sin quejarse. Son especialistas en sobrevivir: vienen desde países en guerra, arriesgaron la vida en el mar, y han cruzado todas las fronteras interiores de Europa hasta llegar a Eslovenia.

(En estas imágenes, el ejército esloveno escolta al grupo de refugiados hasta un centro de identificación en Brezice, cerca de la frontera con Croacia).

Muchos tuvieron que ser rescatados cuando naufragaron las barcazas con las que intentaban alcanzar el continente. A otros les asaltaron para robarles el teléfono móvil y el poco dinero que traían consigo. Casi todos hablan de malos tratos, de gritos y golpes sin motivo en los puestos fronterizos. Dicen que la policía griega es la peor.

En sus países y de camino a Europa han visto tantas cosas ya que casi nada les sorprende. Ni siquiera se inmutan cuando nos acercamos a ellos con la cámara, el micrófono y un foco de luz, de madrugada y en mitad de los Balcanes. ¿Sabéis si falta mucho para llegar?, nos preguntan, y cuesta decirles la verdad. Llevan horas caminando y todavía tienen por delante más de seis kilómetros para llegar al pueblo más cercano.

«Puede que alguno de nosotros pierda la vida. No importa»

Sayed viaja con su mujer, tres hijos y dos familiares ancianos. Todos han llegado hasta aquí, juntos, desde Afganistán. “Puede que alguno de nosotros pierda la vida en el camino pero también podemos morir en mi país, así que no nos importa”, nos dice reforzando cada palabra con gestos. No, no le importa lo que pueda pasarles. Porque, en realidad, nada hay peor que la guerra.

(Sayed camina con su hija pequeña en brazos porque está enferma. Tiene fiebre después de pasar ocho noches seguidas a la intemperie).

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Más de 70.000 refugiados, como Sayed, han llegado a Eslovenia desde que Hungría cerró su fronteras el 16 de octubre. Entre 6.000 y 7.000 cada día. Y el gobierno asegura que solo tiene capacidad para acoger a 2.000. El resto espera su traslado en la calle o en centros de identificación saturados. Los médicos atienden en el suelo a personas enfermas. En solo unas horas vemos crisis cardíacas, casos de hipotermia y gente que se desploma entre vómitos por simple agotamiento.

Los primeros muertos serán niños

“Si siguen durmiendo a la intemperie, al agotamiento se sumarán otros factores y puede haber muertes por neumonía y otras enfermedades, denuncia Christine Jamet, directora de operaciones de Médicos Sin Fronteras. Los primeros, advierte, serán niños. Son los más vulnerables a estas condiciones extremas.

(Muchos refugiados llegan al límite de la extenuación. A esta mujer la tiene que llevar su familia. No puede seguir caminando).

En Brezice, cerca de la frontera con Croacia, nos encontramos con más de dos mil personas recluidas en una antigua fábrica. Hay al menos otros tres campamentos improvisados como este para los refugiados en tránsito hacia Austria. Por la noche y a primera hora de la mañana soportan temperaturas por debajo de los cero grados. Hombres, mujeres y niños esperan amontonados. Sin espacio suficiente para tumbarse en el suelo mojado. Encienden hogueras con papeles y plásticos. El humo es negro y apesta.

Están encerrados en el interior de una cerca levantada con antiguos colchones. Como si fueran animales. Solo el llanto de un bebé rompe el silencio. Los sonidos son lo peor de esta crisis en la que, a pesar de que no hay ningún peligro para los periodistas, debes recordarte a ti mismo varias veces al día que no estás en un país en guerra. Que todo esto está sucediendo en Europa. Por mucho que cueste comprenderlo.

(Es inevitable no recordar imágenes de otros conflictos. También son refugiados. También es Europa)

Hemos visto campamentos para refugiados mucho mejores en el sur de África. ¿Por qué ni siquiera hay tiendas de campaña? ¿Por qué nadie levante hospitales de emergencia? La única respuesta posible es que el gobierno esloveno no quiere construir nada parecido a una infraestructura más o menos permanente. Intenta que la crisis pase lo antes posible. Como si fuera una borrasca.

Eslovenia es un país pequeño, solo tiene 2 millones de habitantes, y también el más rico de la antigua Yugoslavia. Una parte de la población percibe el éxodo de refugiados como una amenaza. Ni siquiera durante las guerras de los Balcanes vivieron aquí una situación parecida. No hay más que preguntar a los vecinos por la calle. “Esto es una catástrofe”, dice Simona. “Es el fin de Europa”, añade, elevando la voz hasta el grito para repetir: “¡Ca-tás-tro-fe!”.

(Otra columna de refugiados. Cruzaron la frontera entre Croacia y Eslovenia de madrugada. Algunos, por miedo a ser detenidos, se lanzaron a un río. Con temperaturas por debajo de los cero grados).

Los eslovenos no son demasiado diferentes al resto de europeos. Habría que ver la respuesta si un millón de refugiados cruzara España cada día. Por mucho menos se han reforzado vallas, se han instalado concertinas, se han intentado legalizar “devoluciones en caliente” y se ha autorizado el uso de balas de goma. Hungría ya ha levantado un muro de alambradas. Austria también prepara una “defensa física” en el sureste del país.

Es pura casualidad, pero mi primera cobertura internacional fue en 1999, muy cerca de aquí: la guerra de Kosovo provocó también un gran éxodo de civiles hacia Albania y Macedonia. Les vimos atravesar caminos enfangados, bajo la lluvia, protegiéndose con plásticos. También se llevaban la mano a la garganta para decirnos con señas que, si se quedaban en su país, les iban a rebanar el cuello. También eran refugiados. También huían de la guerra. La diferencia es que el conflicto de Kosovo generó 200.000 desplazados y solo de Siria han huído ya cuatro millones que, además, no son europeos. No son de los nuestros.

(Los refugiados caen y se levantan. Buscan a quienes se pierden. Son especialistas en sobrevivir).

Las cifras y las imágenes de esta crisis asustan a la Unión Europea, más preocupada por proteger sus fronteras, y a muchos gobiernos que desprecian sistemáticamente los derechos de los refugiados por temor a perder las próximas elecciones. Todos son conscientes de que han impactado en la opinión pública algunos mensajes de odio lanzados por la derecha xenófoba. Como el de la “invasión” que va a traer enfermedades, criminalidad y terrorismo. Bulos sin fundamento.

(Columna de refugiados en Dobova. La crisis se agrava con la llegada del invierno)

Ahora que les tenemos aquí debemos mirar a los ojos y escuchar a estas personas exhaustas. Como Alí, sirio, de 22 años y estudiante de inglés. Le preguntamos de dónde es y responde, sincero, que de Latakia: “Sí, es una de las ciudades más seguras del país, pero también puedes ser secuestrado o asesinado”. “Mira, esto es una cuestión de supervivencia. Te puedes quedar allí y combatir por tu familia o por tu vida. O puedes irte, como yo he hecho. Porque combatir no es una opción para mí”, explica, con la seguridad de quien lleva mucho tiempo meditando la decisión más importante de su vida.

Les ordenan a gritos que se sienten y se niegan por dignidad

Alí viaja con tres familiares en un grupo integrado por varias decenas de personas. Militares a caballo les dan órdenes a gritos. Otro sonido terrible. Y además, innecesario. Nadie va a escapar. No tienen adónde ir. Ahora les exigen que se sienten. Algunos se niegan a obedecer. Están cansados pero es una cuestión de dignidad.

(Policías a caballo dan órdenes a gritos a un grupo de refugiados interceptado en Dobova)

Esta es la crisis más grave de Europa. Porque, como dijo alguien en Bruselas, no afecta a la economía sino a los principios. A la propia identidad. Los ciudadanos de este continente deben decidir quiénes quieren ser. A quiénes aceptan en el proyecto común. Si asumen, o no, la responsabilidad europea en esta catástrofe.

La mayoría llegan desde Siria. También hay muchos que vienen de Iraq y Afganistán. Europa empieza a sufrir también las consecuencias de unos conflictos iniciados, o agravados, con intervenciones occidentales. Este éxodo recuerda cuál es resultado de unas guerras que aquí parecían lejanas.

Otra vez se hace de noche y el sonido de sus pasos vuelve a fundirse en un murmullo. Este grupo prosigue en la oscuridad su camino hacia el norte. Otros muchos seguirán llegando. Por muchas vallas que se levanten. Por muchos policías que se desplieguen. Nada indica que vaya a acabar esta crisis que ha puesto a Europa frente al espejo.

(Hemos contado todo esto en Telesur. En tres capítulos de tres minutos cada uno:



Estamos preparando un reportaje más largo. La imagen y muchas ideas son de mi compañero Álvaro Barrantes).