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Periodismo internacional

El quinto y último error de Erdogan

La revuelta de Estambul no es tan distinta a la “primavera árabe” de Túnez y Egipto, ni siquiera a los movimientos Occupy Wall Street y 15-M, bastante más cercanos. Todas estas expresiones de indignación social tienen puntos en común que el primer ministro de Turquía, el islamista moderado Reccep Tayip Erdogan, parece no haber descubierto. O al menos eso parece por sus graves errores de gestión durante los últimos días:

Primer error: descalificar a los manifestantes.

En un primer momento, Erdogan hablaba de ellos como “çapulcu”, un término peyorativo turco que se puede traducir por “merodeador sin domicilio fijo” o  -en la versión más local- por “perroflauta”. Poco después, redobló el desafío al tacharlos de  “saqueadores”, “ladrones” e incluso “terroristas.  Argumentos difíciles de mantener después de que esta imagen diera la vuelta al mundo.

Imagen de una manifestante que se ha convertido en icono de las revueltas.

Imagen de una manifestante que se ha convertido en icono de las revueltas.

Se llama Sungar Ceyda y es profesora de planificación urbana en la Universidad Técnica de Estambul. Hay otros muchos jóvenes como ella en las manifestaciones: ecologistas, laicos, musulmanes, kemalistas, alevíes y despistados. A todos ellos les une un espíritu cívico que Erdogan no ha sabido reconocer. “Derribaremos el centro cultural Atatürk (adyacente a la plaza), si Dios quiere, y construiremos una mezquita. No necesito pedir permiso a la oposición ni a cuatro alborotadores”, dijo. Y cayó la bolsa, siempre sensible, casi el 4 por ciento.

Segundo error: cerrar la puerta al diálogo.

Erdogan atribuye las protestas a una conspiración internacional. Hay países extranjeros, dice, que están interesados en interrumpir el progreso económico de Turquía. Otra denuncia sin pruebas. ¿Qué países? Los atribulados europeos, desde luego, no son. A ninguno les interesa que el vecino más fuerte en el sur soporte nuevas dificultades en plena crisis del euro. Tampoco a los vecinos árabes que le tienen como referente en sus procesos de transición. Y lo más grave de este disparate es que cierra, por completo, cualquier posibilidad de negociar. ¿Quién va a sentarse en una mesa, cara a cara, con los peones de una complot? El recurso al enemigo exterior es tan viejo como la humanidad y no siempre funciona.

Tercer error: culpar a las redes sociales.

Me contaron un chiste en Egipto que es más o menos así. Se encuentran los expresidentes Nasser (dice una leyenda urbana que murió envenenado) y Sadat (asesinado a tiros) con Mubarak en el infierno y le preguntan: “¿cómo ha sido?, ¿balas, veneno?” Y Mubarak responde: “no, no, ¡Facebook!”

Erdogan prefiere culpar a Twitter, que está más de moda, pero las redes sociales no son sino un espejo de la sociedad. Y la imagen que proyectan -éste es el  auténtico problema- no es favorecedora. Veamos:

Economía. Turquía crece casi al 7 por ciento, pero las desigualdades sociales se han ampliado: el 20 por ciento de la población acumula ahora el 50 por ciento de la riqueza.

Libertades. Es el país con más periodistas encarcelados del mundo, por delante de China, y la represión de kurdos y otras minorías deja cifras e imágenes escandalosas para un país miembro del Consejo de Europa.

Religión. Erdogan ha promovido el cierre establecimientos de bebidas alcohólicas y durante los últimos tres años se han construido en el país alrededor de 10.000 mezquitas.

Nadie como Orhan Pamuk ha sabido retratar las dos almas de Turquía, un país en permanente tensión entre tradición y modernidad, entre laicismo y religión. En este contexto, según el primer ministro, Twitter es “más peligroso que un coche bomba”. Igual que la imprenta cuando se inventó. O la radio. O la televisión.

 Cuarto error: movilizar las fuerzas propias.

“La oposición puede reunir a cien mil personas en la plaza. Mi partido y yo podemos reunir un millón”. Cierto, pero es una amenaza impropia de un primer ministro, que debe gobernar para todos. Y, además, Erdogan empieza a caminar así por una senda peligrosa. Al movilizar a sus partidarios en este momento de crisis, aumenta el peligro de confrontación civil, una posibilidad que todavía no parece probable pero que dibuja el peor de los escenarios. Para el próximo fin de semana ha convocado manifestaciones de apoyo.

Quinto error: el recurso a la represión.

La política de mano dura, además de antidemocrática, produce efectos indeseados. Cada vez que se vacía una plaza a golpes, vuelve a llenarse, y casi siempre más de lo que estaba. Lo vimos en Madrid, en Nueva York y en otras muchas ciudades. A Erdogan se le ha ido claramente la mano este martes en el asalto a la plaza Taksim y, en contra de lo que pretendía, conseguirá reactivar una protesta que estaba adormeciendo de puro cansancio.

Represión policial en la plaza Taksim de Estambul.

Represión policial en la plaza Taksim de Estambul.

A los manifestantes no se les ve con fuerzas ni argumentos para derribar un gobierno elegido y reelegido en las urnas, ni siquiera para forzar un anticipo de las elecciones previstas para el año que viene, pero mantener el pulso de fuerza es la peor de las opciones para un país que aspira a consolidarse como democracia plena. De momento, la revuelta deja cuatro personas muertas, cientos de heridos y miles –nadie sabe cuántos con exactitud- de detenidos.  Si insiste en la represión, este quinto y último error también puede ser el último de su carrera política.

 

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